Siempre he pensado que
nunca hubo nada más valiente en el mundo que temer solo al propio miedo.
Me equivoqué.
Nunca hice frente a mis monstruos
creyendo que eran más grandes que yo.
Y no.
Y les llamé, mil veces
por mi nombre.
Y solo entonces
entendí que soy su dueña.
Que se van con tan solo desearlo.
Que, si quiero, puedo hacerles cosquillas
hasta ganarles la sonrisa
para después esfumarse.
Puedo creer en lo que quiero
sin que ellos se escondan detrás.
Puedo querer lo que creo
sin que el querer se parezca
a nada que hayan sabido nunca.
Y ahora
Vivo en un lugar construido con muros de contención invisible
que me protegen de cualquiera que atente contra mi libertad.
De ahí que mis huellas se derritan con el roce del mar,
que ha tocado con sus aguas todos los continentes.
De ahí que sepa confundirme con la brisa
que viene y va
siempre que no la llamas.
Es
a todos los efectos,
hogar.
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