jueves, 26 de junio de 2014

La 'X' del mapa.

Dice un antiguo proverbio que quien tiene un amigo, tiene un tesoro.
Y yo me siento la capitana del barco más afortunada de los siete mares; hallé cinco tesoros con nombres de mujeres.
Todas ellas tienen complejo de diosas;
multiplican las alegrías,
dividen mis penas
y saben convertir lo amargo en momentos con sabor a magia.
Ellas se jactan de los siete pecados capitales, haciendo del no adorarlas un octavo pecado.
Solo tienen que ver cómo siembran deseos en la estela que dejan sus huellas,
cuántos secretos sellados con un beso,
encerrados en el fondo de sus copas.
Y de qué manera hacen fuego con el mínimo roce de la música contra sus cuerpos.

Todos sus pretendientes saben que hasta el propio Ulises se habría abandonado a ellas.
Y habría enloquecido entre sus saladas pieles,
dulces ojos
y salvajes miradas.

Ellas, que son como cinco Soles en el Abril de mi vida,
pero sin el 'como'. Y, fíjense, qué ironía
que al mismo Sol consiguen hacerle burla; sus sonrisas deslumbran tanto que anoche con tan solo una carcajada salida de sus bocas cuando ríen.
Todo ello, por no hablar de que con ellas deshojé de mis dudas la primera margarita en la que todos los pétalos eran un 'te quiero'.
Y ellas, que me dicen gato, no tienen ni idea de cuántas veces he resucitado hasta encontrarlas.

Son un tesoro. Tienen el alma del amor de una vida, en concreto, de la mía.
Y es un tesoro que viene en pequeñas medidas, como el mejor de los perfumes.
Tiene una manta por melena, que me arropa y me cuida.
Tiene unos rizos oscuros que iluminan cada uno de mis días.
Tiene unos ojos de un verde perenne, que invitan a la brisa de la más templada primavera.
Tiene unas ojeras que a cualquiera le quitarían el sueño.
Tienen por costumbre regalarme y sorprenderme, cuando fueron ellas la sopresa más hermosa que me ha dado la vida.

Así que, llámenlo suerte, karma, destino... Que yo, sin buscar ningún tesoro, las hallé a ellas en la 'X' de mi mapa.
Y ellas, que me dicen gato,
ya han echado raíces en mis siete vidas.


"Volar", ese verbo infinito.

No tuviste valor para hablar de treguas, porque su nombre te había provocado más guerras que noches te hicieron falta para olvidarla.
Ella era como ese frasco de cristal del que pendía una etiqueta que rezaba “pruébame”. Y cada vez que la probabas, una y otra vez,
Una y otra vez, te hacía volverte más pequeño.
Son las cenizas que aún arden cuando recuerdas
Su silueta dibujada contra el abismo
De ella, lanzándose al precipicio de tu boca.
Cuando caerse al abismo de sus labios era la más tierna de las locuras.
Cuando el precipicio de tu boca era su abismo favorito.
¿Te cuento el final o esperas a verla volver?
Te lo cuento: 
La perdiste.


Ahora,
Puedes mirarte las manos
Y ver cuántas caricias faltan entre tus dedos.
Y cuántos anhelos de su espalda sobran en tu vida.
Tantas veces le susurraste que la querías -sin ser cierto- que ahora que las blasfemias te han abandonado a tu suerte,
La soledad cobró metros cuadrados en tu habitación, la misma que le curó las heridas y le dio alas para hacer camino.
Y ahora, cada vez que ella vuelve a sangrar en tus heridas,
Ávida de dolerte en cada milímetro de tus entrañas,
Vuelve a intentar quemarte con el hielo de sus manos.

Porque ya no te tocan.


Y hasta el roce de tus manos contra ti, se ha vuelto frío y ermitaño.

Hasta tus pupilas extrañan la incalmable lucha entre la caída del Sol a última hora de la tarde
y la caída de tus ojos a medio desnudo de su cuerpo.

Volvamos al principio;
Te ataste de pies y manos con sus mismas cadenas
el día en que ella las rompió para alzar el vuelo.

Y, entonces, la amaste.